En un elegante pabellón de caza, a pocos kilómetros de Viena, el séquito del príncipe heredero Rodolfo descubre, en la mañana de 31 de enero, los cadáveres del emperador y de su amante María Vetsera.
La Corte pretendía hacer creer que la muerte del hijo del emperador Francisco José fue un accidente de caza, sin embargo, pronto todo el imperio austro-húngaro conocerá la noticia del suicidio y detalles de la macabra noche.
El cuerpo de María fue enterrado en un pequeño cementerio sin inscripción alguna que recuerde su nombre. Rodolfo era heredero de uno de los últimos baluartes del absolutismo, contraposición con sus creencias , ya que el defendía con ardor ideas liberales. Fue un joven atormentado, marcado por la opuesta influencia de una educación de hierro. Se casó por obligación en 1881 con la princesa belga Estefanía y aunque su matrimonio había fracasado, su padre se negó a permitir la anulación.
El archiduque se había enamorado de María Vetsera, de diecinueve años, una bella aristócrata de origen húngaro de la que no se separó hasta su muerte. En enero de 1889, la pareja decide el suicidio como lazos indisolubles de su amor. Un amor que finalmente permanecería inquebrantable durante toda la eternidad. Aquella escogida noche, el príncipe dispara sobre ella al poco de quedar dormida, luego acaba con su propia vida al amanecer.
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